La industria petroquímica es una de las más contaminantes, por la emisión de CO2 y otros gases perjudiciales para el planeta. Además, acecha el agotamiento de los recursos fósiles. Una gran parte de la explotación del petróleo se dedica a la producción de plásticos. Te suena, ¿verdad? Los mensajes que advierten de la necesidad de reducir su consumo son frecuentes. Uno de los motivos es que su estructura química es muy estable, lo que dificulta su biodegradación. Esto complica la gestión de sus residuos, que pueden permanecer en el medioambiente cientos de años. Como alternativa, se investiga el desarrollo de bioplásticos.
Petroplásticos y bioplásticos
Resulta tan difícil prescindir de los plásticos tradicionales (o petroplásticos) porque son unos materiales con unas propiedades muy útiles, como su robustez o su impermeabilidad, y, por si fuera poco, son baratos. En 2019, se produjeron 400 millones de toneladas de plástico en todo el mundo. José Alejandro Heredia-Guerrero, experto en producción de elementos poliméricos biodegradables, explica que «ninguna de las etapas de producción es sostenible, desde la extracción del petróleo y la purificación hasta el tratamiento químico para extraer sus componentes y sintetizarlos, tampoco lo es el uso energético».
La clave de los bioplásticos es que utilizan «fuentes de origen renovable, como la celulosa, para generar polímeros, que tengan las mismas propiedades que los plásticos derivados del petróleo». Esto permite conseguir unos materiales prácticamente idénticos, pero a partir de recursos que no se agotan. Sin embargo, aún queda mucha investigación por delante, para conseguir igualar las propiedades de los petroplásticos y surgen problemas, como la dificultad para impermeabilizarlos o fundirlos. La variedad de bioplásticos es muy grande, cada uno se obtiene a través de unos procesos y tiene determinadas propiedades. El PHA y el almidón termoplástico son algunos de ellos.
Dilemas en su uso
Aunque uno de sus mayores retos de cara a su implementación generalizada es conseguir que sean rentables económicamente, surgen otros conflictos que alimentan las críticas. En el caso del almidón, aparece un problema ético. Se produce a partir de cultivos que también se utilizan para la alimentación, por lo que es controvertido restar una parte para crear un producto con una vida útil muy breve.
Algunas soluciones en este sentido pasan por la obtención del almidón a partir de excedentes y residuos o el uso de cultivos que no se utilizan para la alimentación. Esto último también cuenta con detractores, que consideran que plantea una competencia por el terreno fértil.
Los bioplásticos pueden aportar beneficios a la lucha contra la crisis climática. Por ejemplo, el laboratorio CELLMAT Technologies, de Valladolid, investiga las espumas poliméricas elaboradas con base bioplástica y consideran que puede reducir el peso de los coches y, por tanto, sus emisiones, además de mejorar el aislamiento térmico de los edificios y, con ello, su gasto energético.
Sin embargo, sería un error, además de poco rentable, sustituir el nivel de consumo de petroplásticos por el mismo de bioplásticos. El paso previo es reducir el consumo y abandonar el modelo de usar y tirar. Su proceso de producción también implica cierto impacto en el planeta, por el uso de fertilizantes y gasto de agua, entre otras causas. Los bioplásticos son una alternativa más sostenible para el plástico más imprescindible, pero sin un cambio en los hábitos de vida y consumo no frenarán la crisis ecosocial.
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